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Roland Garros 2025: La primera batalla en finales del Big Two de los 2000 - Lo que dejó

  • Foto del escritor: Juan Camilo Madero
    Juan Camilo Madero
  • 10 jun
  • 5 Min. de lectura
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Carlos Alcaraz y Jannik Sinner firmaron en París la final más larga de la historia del torneo y dieron inicio a la gran rivalidad del tenis del siglo XXI.

 

Por: Juan Camilo Madero


La nueva era del tenis

 

En París, todo comenzó con el recuerdo de una era que ya parece mitológica. La

Phillipe-Chatrier, ese coliseo de polvo rojo de ladrillo, inauguraba esta edición de Roland Garros con una placa grabada en honor a Rafael Nadal, el rey indiscutible de esta superficie, cuyo nombre se repite catorce veces en las paredes del estadio. Pero fue otro español, mucho más joven, quien acabaría reescribiendo la historia dos semanas después. 

 

Carlos Alcaraz, con apenas 22 años, levantó su segundo título consecutivo en Roland Garros tras derrotar a Jannik Sinner en un duelo que será recordado por décadas. Y no solo por las 5 horas y 28 minutos de combate —convirtiéndose en la final más larga del torneo—, sino por la intensidad, el nivel y el significado que tuvo para una generación que ya no es promesa, sino presente absoluto de un tenis que ya dijo adiós a dos de los tres integrantes del ‘Big 3’. 

 

Fue la primera final de Grand Slam entre dos jugadores nacidos en los 2000. Un cara a cara entre el número uno y el número dos del mundo. No era una simple final; era el inicio, era la primera gesta de un duelo que seguramente se seguirá viendo.


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El arte de resistir

 

Desde el comienzo, quedó claro que no habría treguas. El primer juego duró doce minutos y se disputaron diez puntos en el deuce. Era apenas el arranque, pero ya estaban compitiendo con la intensidad de un quinto set. Cada intercambio parecía un match point: golpes profundos, ángulos cerrados, pelotas que se arrastraban por la línea. Sinner, más templado en los primeros tramos, tomó el control. Con un tenis preciso y una lectura impecable de los movimientos de Alcaraz, se llevó el primer set 6-4 y luego resistió el empuje inicial del murciano para imponerse también en el segundo, esta vez en el tie-break. Dos sets arriba en una final de Grand Slam: una ventaja que, históricamente, ha sido sentencia.

 

Pero Alcaraz no funciona bajo las reglas de lo previsible ni la lógica de la estadística. En la arcilla, sufre y florece. Aumentó la intensidad, varió alturas, rompió el ritmo de su rival, y empezó a encontrar espacios. El tercer set fue suyo, 6-4, y con él, el primer giro de la tarde en París. 

 

Lo que vino después fue una locura. El cuarto set, probablemente el más dramático del partido, tuvo a Sinner 5-3 arriba con tres pelotas para el campeonato. Alcaraz sacaba 0-40. Estaba literalmente a un punto de la derrota. Pero entonces emergió esa versión suya que lo conecta con los dioses de este deporte. Salvó los tres match points con una mezcla de agresividad y sangre fría, empató 5-5 y llevó el set a un nuevo tie-break que ganó 7-3. La Chatrier explotó. Sinner, que había estado a un suspiro del título, no podía creer lo que estaba ocurriendo.

 

Ambos llevaban en ese momento más de cuatro horas en pista. Pero seguían corriendo, pensando, ajustando. Ninguno se escondía. Ni siquiera el cansancio podía apagar lo que estaban haciendo. 

 

En el quinto set, Alcaraz quebró primero y se puso 2-0 arriba, pero Sinner se lo devolvió; el pulso era milimétrico. Los saques seguían promediando los 200 km/h y los rallies daban cada vez un espectáculo mejor que el anterior, incluso después de cinco horas de partido. El público, dividido y entregado, aplaudía y rugía con cada punto como si fuera el último. Ninguno rendía. Ninguno quería ceder.

 

Y entonces, por primera vez en una final de Roland Garros, llegó el super tie-break. Allí, donde ya no hay margen de error ni espacio para la duda, Alcaraz logró despegarse. Fue contundente. Implacable. Logró ponerse 7-0 arriba y lo cerró con un 10-2. Y así, con ese golpe final, se coronó —nuevamente— campeón de París. 

 

Esta remontada histórica inscribió al murciano en la selecta lista de hombres capaces de levantar dos sets abajo en una final de Roland Garros. Hasta el domingo, solo cinco lo habían logrado: Björn Borg, Ivan Lendl, Andre Agassi, Gastón Gaudio y Novak Djokovic. Ahora, Carlos Alcaraz se une a ellos.


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Dos caminos, un mismo destino

 

El marcador —4-6, 6-7(4), 6-4, 7-6(3), 7-6(10-2)— apenas logra capturar lo que pasó. Lo que se vivió en la Phillippe-Chatrier fue una clase magistral de resiliencia, técnica y espíritu competitivo. No fue solo la final más larga de Roland Garros, sino probablemente la más vibrante de los últimos veinte años. Incluso Mats Wilander, extenista sueco y testigo privilegiado de la era dorada, no dudó en situarla por encima de todo lo visto antes: “He visto a Federer y a Nadal jugar grandes finales, pero nada se me acerca a esto. Pensé: ‘esto no es posible’, están jugando a un ritmo que no es humano”, dijo para TNT Sports.

 

El camino hasta la final había sido diferente para ambos. Sinner, campeón en el Abierto de

Australia a inicios del año, había llegado a París en busca de su primer título de Roland Garros. Venía de cumplir una suspensión de tres meses por un caso de dopaje leve que no alteró su imagen, pero sí su ritmo. Alcaraz, por su parte, había conquistado los Masters 1000 de Montecarlo y Roma —venciendo al propio Sinner en la final de este último—, y aunque no jugó en Madrid por lesión, llegaba con una temporada impecable sobre arcilla.

 

El futuro ya está aquí

 

Con esta victoria, el murciano se convirtió en el tercer jugador del siglo XXI en revalidar su título en París, después de Gustavo Kuerten y  su ídolo y compatriota, Rafael Nadal. Además, se une a Björn Borg como el segundo capaz de coronarse consecutivamente tanto en Roland Garros como en Wimbledon. Con este, ‘Carlitos’ ya suma cinco Grand Slams antes de cumplir 23 años, algo que solo Rafa había logrado en este siglo.

 

Por el otro lado, Sinner se despidió de Roland Garros sellando su mejor participación en el torneo, confirmando su talento sobre la superficie y que pese a su inactividad por sanción, sigue con un nivel de tenis superlativo. Esta significó su primera derrota en finales de Grand Slam, luego de haberse coronado en el primer intento en los otros tres grandes torneos. 

 

París fue solo el primer capítulo de una rivalidad destinada a marcar historia. Quizá no sea justo compararlos con Federer, Nadal y Djokovic desde ya, ni entregarles la responsabilidad de poner el nombre del deporte en lo más alto. Pero una cosa sí es cierta: el tenis necesitaba una nueva era. Y el domingo, en la Chatrier, la encontró. 

 

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