FIFA, DEL FÚTBOL A LA FARSA: EL MUNDIAL COMO NEGOCIO DE ESTADOS AUTORITARIOS
- Simón Rodríguez Tejada

- 17 jul
- 6 Min. de lectura

Una copa del mundo sin vergüenza
La FIFA dejó hace tiempo de ser una organización deportiva. Lo de hoy es otra cosa: un organismo con fachada futbolera, lenguaje emocional e inclusión forzada, pero con un fondo podrido de intereses económicos, geopolítica encubierta y alianzas con regímenes autoritarios. La reciente adjudicación del Mundial 2034 a Arabia Saudita, sin proceso competitivo real, sin una licitación abierta y con un informe de derechos humanos hecho a medida, no es solo una ofensa a la democracia: es una confesión descarada. La FIFA ya no es neutral. Es cómplice.
Y no es la primera vez. En 2022, Qatar sirvió de ensayo general para una Copa del Mundo construida sobre la represión, la explotación laboral y el sportswashing descarado. Pero en vez de aprender del escándalo, la FIFA decidió perfeccionarlo. Arabia Saudita no será una excepción. Será una evolución. El Mundial dejó de ser una fiesta deportiva para convertirse en un instrumento de propaganda para gobiernos que lavan su imagen con goles, banderas y camisetas.

Qatar 2022: la cancha enterrada en arena y muertos
El Mundial de Qatar fue, desde su elección, una anomalía. ¿Cómo un país sin tradición futbolística, sin infraestructura, sin ligas competitivas y con temperaturas que hacen imposible jugar en verano, consiguió la sede del torneo más importante del planeta? La respuesta: corrupción. Investigaciones del FBI y del Departamento de Justicia de EE.UU. revelaron sobornos millonarios, arreglos entre bastidores y pagos disfrazados a dirigentes clave de la FIFA. Según The Guardian, el proceso estuvo manchado desde el principio por una red de pagos oscuros que aseguraron votos en favor del emirato.
Pero lo peor no fue la corrupción institucional. Lo peor fueron las consecuencias humanas. Para construir estadios, aeropuertos, líneas de metro, hoteles y autopistas, Qatar importó mano de obra barata desde Nepal, Bangladesh, India y otros países del sur global. Bajo un sistema de kafala, que convierte al empleador en dueño virtual del trabajador, miles de hombres trabajaron en condiciones inhumanas: jornadas de 12 horas bajo el sol, pasaportes retenidos, salarios impagos, y condiciones de vida que rozaban lo esclavizante.
Se estima que al menos 6.500 trabajadores migrantes murieron entre 2010 y 2021 en territorio catarí. Muchos de esos fallecimientos fueron registrados como “muertes naturales” o “fallos cardíacos”, sin autopsias ni investigaciones. Sus nombres no figuran en los homenajes, pero sin ellos no habría habido Mundial. Qatar 2022 se construyó sobre sus espaldas y sus tumbas.
La FIFA, en lugar de exigir justicia, eligió el silencio. En la antesala del torneo, Gianni Infantino, el presidente que ha hecho del cinismo un arte, pidió a los equipos “centrarse en el fútbol”. Cuando Alemania, Dinamarca y otras selecciones intentaron usar brazaletes con mensajes de inclusión, fueron amenazadas con sanciones. El mensaje era claro: no incomoden al anfitrión. La dignidad, si molesta, se deja en el vestuario.

Arabia saudita 2034: el culmen de la hipocresía
Si lo de Qatar fue escandaloso, lo de Arabia Saudita es directamente pornográfico. En 2023, cuando se abrió el proceso para elegir la sede del Mundial 2034, solo un país tenía la logística, el respaldo económico y la bendición política de la FIFA: Riad, capital y centro de negocios de Arabia Saudí. Australia, el único rival posible, se bajó apenas días después de anunciar su interés. ¿Por qué? Porque entendió que no había competencia. Que la decisión ya estaba tomada.
Arabia Saudita fue confirmada en tiempo récord, sin una licitación transparente, sin debates públicos y con un informe de derechos humanos elaborado por el bufete Clifford Chance, que fue duramente criticado por Amnistía Internacional y FairSquare. El documento, según James Lynch, “es escandalosamente pobre, superficial y omite los principales riesgos”. La FIFA, por supuesto, no solo lo aprobó: calificó al país con 419,8 sobre 500, su mejor puntuación histórica, y lo etiquetó como “riesgo medio”. ¿Riesgo medio? ¿En un país donde la homosexualidad se castiga con la muerte, donde no existe la libertad de prensa ni la libertad sindical, donde se persigue a los disidentes y se encarcela a activistas?
El propio príncipe heredero Mohammed bin Salman no se molesta en ocultar sus intenciones. En una entrevista de 2023 con Fox News, declaró abiertamente: “Si el sportswashing va a aumentar mi PIB en un 1 %, entonces vamos a seguir haciendo sportswashing.”
Y lo están haciendo. Arabia Saudita ya compró el Newcastle United, fichó a Cristiano Ronaldo, a Benzema, a Neymar, organiza peleas de boxeo, carreras de Fórmula 1 y copas internacionales. El Mundial 2034 será la coronación simbólica de una estrategia de rebranding de un régimen autoritario que busca pasar por moderno gracias al deporte.

El trabajo sucio detrás del espectáculo
Para cumplir con los requerimientos del Mundial, Arabia Saudita construirá nuevos estadios, ampliará ciudades, abrirá hoteles y desarrollará megaproyectos como la ciudad futurista Neom. Toda esa infraestructura dependerá, como en Qatar, de trabajadores migrantes. Y el escenario no es alentador.
En 2024, Human Rights Watch documentó la muerte de 884 trabajadores bangladesíes solo en el primer semestre del año en Arabia Saudita. La mayoría de las muertes ocurrieron en el contexto de obras públicas, sin registros claros, sin autopsias, sin compensaciones. En paralelo, FairSquare denunció la muerte de 17 trabajadores nepalíes, todos jóvenes, que perecieron sin explicación ni justicia.
El sistema laboral saudí sigue basado en el modelo de kafala, en el que el trabajador no tiene derecho a cambiar de empleo, ni a organizarse sindicalmente, ni a denunciar abusos sin riesgo de deportación. No hay tribunales laborales independientes ni procesos transparentes. El trabajador extranjero es una mercancía reemplazable. El mismo patrón que vimos en Qatar, repetido con más presupuesto, más tecnología y el mismo desprecio por la vida.
La FIFA, empresa de marketing con pelota
Todo esto sería menos indignante si la FIFA al menos intentara disimular. Pero ni eso. Bajo la presidencia de Gianni Infantino, la organización ha abrazado sin pudor su nueva identidad: la de una multinacional que vende espectáculo, derechos de televisión y licencias, sin importar el costo humano. Su supuesta “agenda de derechos humanos” es una burla: no aplica sanciones, no impone condiciones, no audita con independencia.
Cuando se adjudicó el Mundial a Arabia Saudita, no hubo siquiera una rueda de prensa para responder preguntas incómodas. Todo se manejó con comunicados edulcorados que hablaban de “compromiso con el desarrollo” y “proyección global del fútbol”. Lo cierto es que lo único que se proyecta aquí es una operación de encubrimiento internacional a favor de un régimen con una de las peores calificaciones en derechos humanos del planeta, a cambio de los millones que pueden aportar.
Y no es casualidad. Arabia Saudita es uno de los principales socios económicos de empresas que financian el fútbol. Su fondo soberano (PIF) invierte en clubes, en ligas, en transmisiones y en productos asociados a la FIFA. En este nuevo orden futbolístico, los valores son fachada. El negocio es lo único que importa.
¿Quién va a hablar ahora?
La pregunta que queda es: ¿quién va a decir algo? ¿Quién va a frenar esta locura?
Los jugadores, atrapados entre contratos y represalias, pocas veces alzan la voz. Las selecciones, sujetas a federaciones que dependen de la FIFA, apenas logran gestos simbólicos. Los patrocinadores, temerosos de perder acceso a nuevos mercados, callan. Los medios, en muchos casos cómplices, siguen la narrativa oficial sin molestar demasiado.
Pero el fútbol es más que sus instituciones. Es pasión, es gente, es historia. Y si nosotros, hinchas, periodistas y ciudadanos amantes del futbol, no señalamos esta farsa, nadie lo hará. No se trata de ideología, ni de cultura, ni de relativismo moral. Se trata de humanidad. Se trata de ponerle un límite al poder cuando este cree que puede hacer lo que quiera con una pelota.
El partido que estamos perdiendo
La FIFA convirtió el Mundial en una coartada. Donde antes había competencia justa, hoy hay procesos amañados. Donde antes había emoción popular, hoy hay propaganda de Estado. Donde antes había justicia deportiva, hoy hay silencio cómplice. Qatar fue el ensayo. Arabia Saudita será la consolidación.
Si no reaccionamos ahora, ¿qué viene después? ¿Un Mundial en Corea del Norte? ¿Una Copa en Siria? No se trata de exagerar. Se trata de entender que los límites éticos ya fueron cruzados.
El fútbol está perdiendo su alma. Y nosotros, si lo permitimos, estamos perdiendo mucho más.



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