La Tercera División: el escalón que necesita el futbol colombiano
- Daniel Hernández

- 1 jul
- 3 Min. de lectura
Durante décadas, el fútbol colombiano ha vivido con una estructura incompleta. Mientras el profesionalismo se limitaba a dos categorías (Primera A y B), miles de jóvenes talentos y clubes regionales quedaban en tierra de nadie. Pero por fin, en 2026, la tercera división volvería a escena con un proyecto serio, avalado por la Federación Colombiana de Fútbol y con el respaldo de Dimayor y varias ligas regionales, dejando de lado su afiliación con la Difutbol. La pregunta ya no es si hace falta una Primera C… la pregunta es cómo hemos sobrevivido tanto tiempo sin ella.
El regreso de la tercera división no debe verse como una simple inclusión logística. Es, en realidad, una pieza clave y un pilar fundamental para modernizar el ecosistema del fútbol nacional y acercarlo al de potencias como Brasil o Argentina, donde los clubes se construyen desde la base, y donde cada categoría inferior alimenta, compite y empuja a la superior. Una categoría C bien estructurada permitiría no solo darles continuidad a cientos de futbolistas entre los 18 y 23 años que hoy abandonan el fútbol por falta de oportunidades, sino que pondría en jaque a muchos clubes de la Primera B que hasta ahora han vivido con la comodidad de saber que se encuentran en una “zona de confort” sin presión real desde abajo.

Con una tercera división competitiva, el sistema colombiano finalmente podría tener ascenso y descenso verdaderos, no solo en lo simbólico, sino también en lo práctico. ¿Qué significa esto? Que si un club de C tiene proyecto, estructura y resultados, pueda escalar hacia la B sin tener que comprar una ficha o esperar a que otro desaparezca. Esto obligaría a los equipos de la segunda categoría a dejar atrás la mediocridad de competir sin objetivos, y elevaría el nivel de juego general, creando una cultura de mejora constante. Sería, en esencia, una vacuna contra el conformismo.
Pero la importancia no se queda en el plano local. Colombia, que ha producido históricamente talento en masa, se ha quedado rezagada en estructuras que permitan transformar ese talento en competitividad internacional. La falta de una tercera división afecta directamente el desarrollo de futbolistas, entrenadores, árbitros y dirigentes. Y si no hay una base ancha, no hay pirámide que aguante. Si aspiramos, por ejemplo, a tener clubes colombianos en futuras ediciones del nuevo Mundial de Clubes (ese torneo ampliado y mediático que ahora promete gloria global), se necesita mucho más que buenos jugadores: se necesita un sistema robusto, serio, con filtros de competencia, exigencia y evolución desde abajo, poara esa base sólida requerida.

En Sudamérica, solo Colombia y Bolivia no cuentan actualmente con una tercera división profesional formal o hasta semiprofesional. ¿Cómo competir en igualdad de condiciones con Brasil, que tiene un Brasileirao Serie D con más de 60 clubes, o con Argentina, que trabaja con torneos federales regionales de forma continua? La falta de una tercera categoría nos ha hecho perder talento, identidad territorial, y sobre todo, ha impedido que el fútbol sea realmente accesible para regiones como el Caribe, la Orinoquía o la Amazonía, que siguen esperando que el balón ruede de manera profesional.
Por eso, la Primera C no debe ser vista como una simple liga para “amateurs que quieren ascender”. Debe ser, si se hace bien, una revolución silenciosa que transforme la manera de construir fútbol en el país. Con visión, apoyo estatal y patrocinadores comprometidos, esta categoría puede convertirse en un motor de identidad local, crecimiento económico en regiones, profesionalización técnica y verdadera meritocracia deportiva. Claro, el camino será largo y lleno de desafíos: se necesita infraestructura, sostenibilidad financiera, control institucional y voluntad política. Pero no hay desarrollo sin cimientos.



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