La globalización y expansión, ¿está matando la pasión? Mundial de Clubes
- Daniel Hernández
- 13 jun
- 3 Min. de lectura

El fútbol vive tiempos de dificultades y contradicciones. Mientras sus dirigentes prometen expandir el alcance del juego, llevarlo a nuevos territorios y hacerlo más global que nunca, los jugadores, entrenadores y los hinchas parecen moverse en dirección contraria. El nuevo formato del Mundial de Clubes, que debutará en 2025 con 32 equipos en Estados Unidos, representa ese inconformismo y tensión latente entre la expansión comercial del fútbol y la sostenibilidad real de su espectáculo. Lo que debería ser una celebración global del balompié, se ha convertido —para muchos— en una carga más dentro de un calendario que ya está al borde del colapso.
La promesa de un torneo que reúna a los campeones de todas las confederaciones, más otros clasificados por ranking o historial reciente, suena bien sobre el papel. Pero cuando aterrizamos en la realidad, el panorama cambia. Las entradas no se venden, las aficiones no se identifican con el torneo, y los clubes —incluso los más poderosos— muestran apatía o molestia. Me surge una duda… ¿Un país sin alma futbolera y que llama “Soccer” a nuestro amado deporte tiene la capacidad de albergar esta competición?, creo que en este punto hay más dudas que respuestas y eso ya deja mucho por decir acerca de este “hito” como hacen ver el nuevo formato.

Las cifras son claras y hablan más de lo que uno se puede esperar. Un futbolista élite puede llegar a disputar entre 60 y 75 partidos por temporada -dos y hasta tres por semana-, sin contar los compromisos internacionales de selecciones o los viajes continentales que implican torneos como este. Y ante eso, el Mundial de Clubes se convierte en una trampa: aparece en un momento inoportuno (junio-julio), entre la finalización de la temporada de clubes y el arranque de la siguiente. La pretemporada, el descanso, la recuperación física y mental… todo queda aplastado por una idea que prioriza los derechos de televisión, los sponsors y los intereses políticos antes que el bienestar del futbolista.
Y si bien el torneo se venderá como un “Mundial”, lo cierto es que la mayoría del mundo futbolero lo percibe como una exhibición, en el país del entretenimiento “deportivo”. No hay rivalidades históricas, no hay contexto emocional, no hay urgencia. ¿A quién emociona un posible Palmeiras vs Espérance de Tunis, o un Al Ahly vs. León de México a mediados de año? Ni siquiera los hinchas de los clubes involucrados parecen estar comprometidos. Las sedes elegidas, como Nueva Jersey o Seattle, pueden tener infraestructura, pero difícilmente cuentan con el vínculo emocional para darle alma al certamen. Si la grada está vacía y los jugadores están agotados, ¿quién realmente gana?

La FIFA, por supuesto, no lo ve así. Para ellos, el Mundial de Clubes es un producto a largo plazo. Un nuevo Super Bowl del fútbol. Pero esa visión raya con la esencia misma del deporte: la pasión, la tradición, la identidad del aficionado con lo que está en juego. La Champions League -aunque su formato haya variado- o la Copa Libertadores emocionan porque tienen historia, contexto y consecuencias reales. En cambio, el Mundial de Clubes de este año —más allá del cheque y la foto con el trofeo— parece carecer de verdadero significado.
Si el fútbol no se detiene a pensar, a escuchar a sus protagonistas -entrenadores, jugadores e hinchas que dejan su vida y dinero en la cancha-, corre el riesgo de volverse víctima de su propia ambición. No se trata de resistirse al cambio, sino de hacerlo con sentido y sin perder la esencia que lo caracteriza. Porque el Mundial de Clubes, en su actual versión, corre el riesgo de ser la fiesta más grande… sin invitados que realmente quieran ir
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