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Deportivo Cali: la doble caída de un gigante

  • Foto del escritor: Simón Rodríguez Tejada
    Simón Rodríguez Tejada
  • 3 jul
  • 5 Min. de lectura

Por décadas, el Deportivo Cali fue un ejemplo de gestión institucional en Colombia. Su condición de club asociado sin ánimo de lucro era orgullo para sus hinchas, y su historia de formación de talentos, participación internacional y títulos era motivo de respeto a nivel nacional. Sin embargo, desde 2017 la institución ha vivido una caída sostenida que no solo se refleja en los resultados deportivos, sino en una crisis económica profunda que amenaza su supervivencia. Lo que ocurre hoy con el Cali no es fruto de la casualidad: es la consecuencia de una gestión irresponsable, de decisiones administrativas temerarias y de una desconexión absoluta entre la realidad financiera y el discurso deportivo. En otras palabras, una historia de ceguera institucional.


La economía también juega

En 2017, el Deportivo Cali tenía una deuda que rondaba los 24.000 millones de pesos. No era una cifra menor, pero se consideraba manejable dentro del contexto del fútbol colombiano. El club seguía siendo competitivo, había sido subcampeón del torneo Apertura y mantenía un flujo de jugadores “exportables”. Sin embargo, a pesar de los primeros signos de alerta, las directivas decidieron avanzar con una política de contrataciones en dólares, renovaciones salariales al alza y gastos por encima de su capacidad operativa. La devaluación del peso colombiano (COP) agravó el panorama y encareció las obligaciones del club, sin que hubiese una estrategia para contrarrestarlo.


Entre 2018 y 2019, la situación se complejizó. Aunque el equipo llegó nuevamente a una final de Liga y tuvo una destacada participación en la Copa Sudamericana, las finanzas internas se deterioraban. La cifra de deuda aumentó y el modelo de negocio comenzaba a mostrar grietas. Se seguía apostando a lo inmediato: contrataciones costosas, pagos aplazados a entidades fiscales, acuerdos mal estructurados con jugadores, en algunos casos sin respaldo deportivo. La realidad económica se fue alejando cada vez más de la contabilidad optimista que se ofrecía en las asambleas.

Fuente: Vizzorimage
Fuente: Vizzorimage

El espejismo del título

El campeonato de 2021, obtenido bajo la dirección de Rafael Dudamel, fue celebrado con euforia. Se habló de una nueva era, de un resurgir institucional. Pero lo que en realidad ocurrió fue un golpe de suerte disfrazado de plan. El éxito deportivo escondió el verdadero drama financiero: para mantener una plantilla competitiva, el club recurrió a créditos, anticipos de derechos de televisión y ventas aceleradas de activos. A final de ese año, el pasivo ya superaba los 70.000 millones de pesos.


Los logros deportivos, lejos de apuntalar una recuperación, solo profundizaron el abismo. Ganar un título no resolvió las deudas con la DIAN (Dirección de Impuestos y Aduanas Nacionales), ni con la UGPP (Unidad de Gestión Pensional y Parafiscal), ni las obligaciones salariales crecientes. Las finanzas se manejaban con parches y en clave de inmediatez, sin planes a cinco ni a tres años. La realidad institucional se estaba degradando y quienes advertían la situación eran tachados de “aguafiestas” o desleales.


El derrumbe anunciado

En 2023, el nuevo comité ejecutivo destapó la olla a presión: el club tenía una deuda acumulada de más de 93.000 millones de pesos. El golpe fue brutal. La hinchada comenzó a comprender que los malos resultados no eran casualidad, que no se trataba solo de errores técnicos o de mala suerte. Había una estructura institucional quebrada. Los ingresos por taquilla habían caído en picada, los patrocinios eran menores y los pagos a la plantilla profesional estaban en mora. Algunos jugadores hablaron de atrasos de hasta tres quincenas, otros de dificultades para entrenar por falta de condiciones básicas.


Ya no se trataba de un club en crisis. Se trataba de una institución al borde del colapso. En marzo de 2024, el presidente Guido Jaramillo reconoció que la deuda superaba los 112.000 millones. Las razones eran claras: intereses de mora con entidades fiscales, demandas laborales, cláusulas impagables con técnicos y futbolistas. La FIFA sancionó al club con la prohibición de fichajes, y el Ministerio del Deporte evaluaba retirarle el reconocimiento deportivo.

Cuando el fútbol deja de ser profesional

En 2025, la situación tocó fondo. El club reconoció oficialmente que tenía atrasos de hasta cuatro quincenas en los pagos a sus trabajadores. Varios jugadores denunciaron su situación ante Acolfutpro, y se hicieron públicas historias de futbolistas que no tenían dinero para transporte o alimentación. La institución que había sido modelo en Sudamérica, que había exportado decenas de talentos a Europa, se encontraba mendigando para pagar servicios públicos. No es una hipérbole. Es la realidad.


Ante esta crisis, se inició un proceso de transformación institucional para convertir al club en sociedad anónima, lo que permitiría el ingreso de capital privado. El Grupo iDC apareció como potencial salvador económico, ofreciendo una inyección de recursos a cambio de participación accionaria. Pero ni siquiera eso ha sido sencillo. El acuerdo con Deloitte, que lideraba la reestructuración, se rompió en mayo de 2025 por falta de avances concretos. La incertidumbre persiste.


La caída deportiva acompaña

Desde 2017, la trayectoria deportiva del Cali ha sido un reflejo del caos interno. Tras ser subcampeón ese año, el club tuvo temporadas irregulares en 2018 y 2019, en las que si bien llegó a instancias finales, no logró consolidarse. En 2020 mantuvo una estabilidad moderada, pero fue eliminado con una goleada escandalosa por Vélez Sársfield en la Sudamericana. El éxito de 2021 fue la excepción, no la regla.


A partir de 2022, el deterioro fue evidente. En la liga local, el equipo pasó del protagonismo a la irrelevancia. Ocupó posiciones 18 y 17 en los torneos, quedó eliminado rápidamente en copas nacionales e internacionales y comenzó a coquetear con el descenso. En 2023 se habló de continuidad, pero los resultados fueron mediocres. En 2024, el Cali luchó literalmente por no perder la categoría, y solo se salvó por resultados ajenos.


En este contexto, la alta rotación de entrenadores ha sido un síntoma y un agravante. Desde 2017, el club ha tenido más de una decena de técnicos, muchos de ellos por cortísimos periodos. Las salidas anticipadas han generado múltiples demandas y pagos de indemnización, aumentando la presión económica. El regreso de Alfredo Arias en 2025, seguido de la llegada de Alberto Gamero, intenta dar algo de estabilidad, pero el daño ya está hecho.

Dos crisis, una sola raíz

La historia del Deportivo Cali en los últimos ocho años no es simplemente una historia de fracasos deportivos o de malos balances financieros. Es una historia de desconexión institucional, de soberbia por parte de la dirigencia del club y de ceguera a largo plazo. Mientras se contrataban jugadores caros y se prometían objetivos ambiciosos, no se hacían los pagos a la seguridad social. Mientras se hablaba de “modelos europeos”, los empleados del club no tenían con qué transportarse.


El caso del Deportivo Cali debería ser un punto de inflexión para el fútbol colombiano. Demuestra que un club grande también puede quebrar, que la historia no garantiza el futuro, y que los hinchas no pueden seguir siendo los afectados por los errores de sus directivos. Se necesita regulación, se necesita vigilancia, pero sobre todo, se necesita una nueva cultura de gestión en el deporte.


Hoy, el Cali está en una encrucijada. Si logra concretar su transformación institucional y garantizar una inyección seria de capital, podrá evitar la liquidación. Pero la reconstrucción deportiva tomará años. Ya no basta con contratar un buen técnico, como Gamero, o encontrar un goleador. Es necesario volver a construir una institución que entienda que la gloria deportiva solo puede sostenerse sobre pilares económicos y humanos sólidos. Mientras eso no ocurra, la película que hoy protagoniza el Deportivo Cali podría repetirse en otros clubes, con otros colores, pero con el mismo final predecible.

 
 
 

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